La mayoría de los religiosos evangélicos opinan, con respecto al matrimonio, que cuando uno de los cónyuges comete el pecado de adulterio, el pacto matrimonial queda roto, y por tanto la parte inocente está en completa libertad de casarse con otra persona. Como fundamento para eso, buscan apoyo en las Escrituras, e interpretan mal las palabras de Jesús, según Mat.5:32, y 19:9, donde dice que el que repudia a su mujer, fuera de causa de fornicación, hace que ella adultere; si él se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada adultera también.
Todos los escritores del Nuevo Testamento coinciden en que después de Cristo, ninguna causa justifica la ruptura de un matrimonio.
«Y [Jesús] les dice: Cualquiera que repudiare a su mujer, y se casare con otra, comete adulterio contra ella: y si la mujer repudiare a su marido y se casare con otro, comete adulterio.» Mar.10:11 y 12.
«Porque la mujer que está sujeta a marido, mientras el marido vive está obligada a la ley; mas muerto el marido, libre es de la ley del marido. Así que, viviendo el marido, se llamará adúltera si fuere de otro varón; mas si su marido muriere, es libre de la ley; de tal manera que no será adúltera si fuere de otro marido.» Rom.7:1 y 2.
Solamente Mateo señala una excepción: «Por causa de fornicación», y aunque esa excepción no está registrada en los otros evangelios, ni en las epístolas, las palabras citadas por Mateo son dignas de todo crédito, ya que él tuvo el privilegio de escucharlas directamente de labios de Jesús. Pero es lamentable que este pasaje haya sido mal interpretado por muchos religiosos que no han sabido (o no han querido) reconocer la diferencia que hay entre las palabras fornicación y adulterio. Adulterio es unión carnal entre una persona casada y otra que no es su cónyuge legal. Fornicación es una unión idéntica, pero entre personas solteras.
Cuando en Heb.13:4 San Pablo dice: «A los fornicarios y a los adúlteros juzgará Dios», y cuando en la lista de los que no heredarán el reino de Dios, según 1Cor.6:9, incluye a los fornicarios y a los adúlteros, confirma la idea de que, aunque el significado de ambas palabras es parecido, con todo, fornicación es una cosa y adulterio es otra. Teniendo en cuenta esa diferencia, leamos de nuevo las palabras del Señor, citadas por Mateo, y entenderemos que esa excepción puede aplicarse a los casos de infidelidad entre personas que están unidas carnalmente, pero no en matrimonio legítimo, y por eso puede llamarse: «causa de fornicación» (Vea la aclaración que aparece al final de este artículo). De referirse a los casos entre personas bien casadas, el delito de infidelidad se llamaría adulterio, y «por causa de adulterio» la Biblia no señala excepción o salvedad alguna en la validez de por vida del matrimonio.
En nuestra iglesia el pacto matrimonial está considerado como un voto hecho delante de Dios y de testigos, en el cual los contrayentes no dicen uno al otro: «Prometo ser fiel a ti mientras tú lo seas conmigo», sino: «Yo prometo... estar junto a ti hasta que la muerte nos separe».
Por la dureza de corazón fue permitido a los antiguos repudiar a sus mujeres, pero Cristo restableció el matrimonio a su pureza primitiva, recalcando que: «No serán ya más dos, sino una carne» y añadiendo: «Por tanto, lo que Dios juntó, no lo aparte el hombre».
San Pablo dijo:
«A los que están juntos en matrimonio, denuncio, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se aparte del marido; y si se apartare, que se quede sin casar o reconcíliese con su marido: y que el marido no despida a su mujer.» 1Cor.7:10-11.
Algunos dicen que esas palabras son demasiado duras, pero Jesús no dijo que la dureza está en sus palabras, sino en el corazón de los que no las pueden aceptar. No es extraño que los hombres que viven sin Dios tropiecen en estas palabras, pues hasta los primitivos discípulos de Cristo las encontraron duras y dijeron: «Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse»; a lo que el Maestro contestó: «No todos reciben esta palabra, sino aquellos a quienes es dado. El que pueda ser capaz de eso, séalo». Mat.19:3-12.
San Pablo reconocía que el matrimonio fue instituido por Dios desde la creación, y más tarde ratificado en su pureza original por Jesucristo; se expresaba del matrimonio como cosa honrosa y recomendable, pero aun así, él mismo no quiso casarse, quizás inspirado en el ejemplo de Jesús, y decía: «Quisiera que todos los hombres fuesen como yo», pues reconocía que la continencia es un don, y que el celibato, observado con honestidad, es una virtud aun superior al matrimonio.
Los componentes del pueblo de Dios en la tierra, tanto varones como hembras, debemos vivir en castidad, observando perfecta continencia antes del casamiento; teniendo «su vaso en santificación y honor» durante la vida conyugal; y, si alguno fracasare en su matrimonio, y opta por separarse de su cónyuge, debe volver a ser continente, consciente de que solamente la viudez capacita para contraer nuevas nupcias.
Spmay. B. Luis, P. Baracoa, Oct. 1972
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